La autora arroja luz sobre qué son los alimentos procesados y destaca los beneficios que pueden aportar a la salud siempre que se elijan los productos adecuados.
Actualmente está extendida la idea de que los alimentos procesados son poco recomendables y que se debe consumir solamente alimentos frescos o comida real.
Un alimento procesado no implica que sea poco saludable. La comida casera no es siempre más sana que la procesada. Por ejemplo, un desayuno a base de muesli casero, con avena, fruta seca y azúcares como miel o sirope de agave no es tan saludable, al no incluir apenas proteína y aportar un porcentaje alto de hidratos de carbono y azúcares.
Un alimento procesado es aquel que ha sufrido algún tipo de modificación para:
Mejorar su transporte y conservación
Ampliar su vida útil añadiendo conservantes, correctores de acidez, espesantes, emulgentes u otros aditivos.
Permitir el consumo de alimentos que no están en temporada, facilitando su transporte.
Mejorar/modificar las características organolépticas (potenciar el sabor o el aroma, modificar la textura…).
Mejorar el envasado y/o almacenamiento (atmósferas modificadas, conservas, etc.).
Diversificar la oferta de alimentos enriquecidos con componentes o ingredientes funcionales (rico en vitamina D u omega-3).
Atender a demandas del consumidor (alimentos ya pelados, precocinados, funcionales, etc.)
Las conservas nos permiten disfrutar de alimentos saludables ahorrando tiempo y esfuerzo en su preparación. Simplemente, debemos elegir aquellas más saludables y saber cómo prepararlas. Algunos ejemplos son:
Las verduras suelen venir conservadas en agua con algunos conservantes (sal, ácido cítrico, etc.). Lo mejor en estos casos es elegir aquellas marcas comerciales con menor cantidad de sal y enjuagarlas antes de agregarlas a cualquier receta. Las verduras de hoja verde, como las acelgas, coles de Bruselas o grelos son ideales para revueltos, sopas, acompañando a carnes o pescados cocidos… El resto de conservas, como los espárragos, pimientos, champiñones, brotes de soja, etc., se pueden añadir a ensaladas, menestras o como guarnición, enriqueciendo nuestro plato de forma saludable.
Las legumbres en conserva (garbanzos, lentejas, habas, guisantes…) permiten ahorrar tiempo en la cocina y seguir incluyendo estos alimentos tan saludables en nuestra alimentación. Se pueden preparar con ellas ensaladas, patés vegetales, hamburguesas vegetales y potajes simplemente con lavarlas, añadirles especias al gusto e incorporarlos a cualquier receta.
Los pescados y mariscos en conserva son muy interesantes para aportar proteína de alto valor biológico en cualquier época del año y con el mínimo esfuerzo. Las mejores opciones son al natural o en aceite de oliva y con el menor contenido en sodio. Las conservas de pescado azul (sardinas, boquerones, anchoas…) permiten incorporar ácidos grasos omega-3 a la dieta, en cualquier época del año y a un precio más bajo respecto a otros pescados frescos (como el salmón, el atún o el pez espada) y con menor contenido en mercurio y otros metales pesados. El consumo de moluscos en conserva (mejillones, berberechos…) permite incorporar una abundante cantidad de hierro y prevenir las anemias.
Las latas de tomate al natural o en salsa no deben faltar en cualquier despensa. Permiten cocinar salsas para pasta, pizzas, etc. sin azúcares ni grasas añadidos, al contrario que el Ketchup u otro tipo de salsas.
Las variedades de frutas en conserva más interesantes son aquellas en su jugo y sin azúcares añadidos ni almíbar. Son una buena opción como postre, para poder degustarlas a lo largo de todo el año.